Carmela quiso un día sorprender a su esposo preparando una cena romántica.
No era su cumpleaños, no era su aniversario de bodas, tampoco era Día de San Valentín. Ella siempre había escuchado a sus amigas decir que la rutina es una de las cosas que arruina los matrimonios y se prometió que eso no sucedería con ellos. Así que decidió hacer algo diferente para esa noche. Lo sorprendería con una cena romántica y seguramente que él se emocionaría y terminarían recordando su luna de miel, quizás no con la misma intensidad de antes, pero luna de miel al fin.
Se esmeró en preparar su plato preferido, preparó un cóctel especial una receta que había bajado de Internet. Calculando que él ya estaba por llegar, puso de fondo musical esas canciones que a él tanto le gustaban. El ambiente ya estaba preparado.
Hasta que llegó. Lo primero que observó es que no traía las flores que ella le había pedido por teléfono. Oh¡ lo olvidé - le dijo - con tantos problemas en la oficina, se me olvidó, discúlpame pero mañana si las traigo. ¿Ya para qué? - pensó ella. Pero en fin, el pobre siempre era tan olvidadizo.
Se apresuró en servir el cóctel en esas copas que años estaban guardadas en la vitrina del comedor. Hicieron el brindis y él le comentó que estaba muy dulce, que hubiera preferido que tuviera menos azúcar. Ella se disculpó y le dijo que había seguido al pie de la letra la receta de un famoso barman peruano.
Inmediatamente se fue a la cocina para servir ese plato favorito que sabía que a él le gustaba. Antes de servirlo apagó las luces y prendió las velas. Él le dijo que por favor las prendiera porque estaba leyendo el periódico hasta que ella terminara de servir la comida. Entonces ya algo incomoda, prendió las luces y apagó las velas.
Se sentaron a la mesa y cuando su esposo vio su plato preferido le preguntó cuánto había gastado, porque ese plato era caro y le recordó que le había pedido por favor que no se excediera en los gastos, porque estaban en una economía de guerra ya que querían comprarse un auto del año. Carmela sintió que lo detestaba, como muchas mujeres detestamos cuando nuestras parejas nos sacan las cuentas o nos comentan en detalle, hasta el último sol que gastaron o van a gastar.
Carmela empezó a sentir que su libido bajaba bruscamente, recién se daba cuenta que su matrimonio había caído en la temible rutina. Su esposo ya no era aquel galán atento y amable que la elogiaba por cualquier cosa que ella hacía o decía, incluso cuando a la comida le faltaba sazón o se le pasaba de sal.
Después de haberse comido todo lo del plato de un solo tirón, sorbiendo al ingerir los alimentos y limpiando sus dedos a punto de lenguadas, la agarró de las manos y le dijo que todo estaba muy rico y empezó a hablarle con ese tonito que Carmela odiaba. Cuando su esposo se sentía satisfecho y quería engreírla, empezaba a hablar como bebé. Imagínense para una mujer ver a un hombre de más de 40 años, grandote y peludo, hablar como bebé, lejos de estimularnos, nos desanima.
Luego cogió una cajita con mondadientes y plácidamente empezó a limpiarse los restos de comida que le habían quedado en los dientes. Carmela sintió que las nauseas le querían venir, pero dio un suspiro hondo y bebió un sorbo de agua. Le había pedido tantas veces que no lo hiciera, pero él no podía con su desagradable costumbre.
Se levantaron de la mesa. El se fue al dormitorio, prendió el televisor y poco después se quedó roncando de lo lindo mientras Carmela terminaba de limpiar las cosas en la cocina. Ella pensó que mejor estaba así, total, ella quería una verdadera pareja y no sólo un semental. Dejó que durmiera y pensó que mañana sería un día mejor.
No era su cumpleaños, no era su aniversario de bodas, tampoco era Día de San Valentín. Ella siempre había escuchado a sus amigas decir que la rutina es una de las cosas que arruina los matrimonios y se prometió que eso no sucedería con ellos. Así que decidió hacer algo diferente para esa noche. Lo sorprendería con una cena romántica y seguramente que él se emocionaría y terminarían recordando su luna de miel, quizás no con la misma intensidad de antes, pero luna de miel al fin.
Se esmeró en preparar su plato preferido, preparó un cóctel especial una receta que había bajado de Internet. Calculando que él ya estaba por llegar, puso de fondo musical esas canciones que a él tanto le gustaban. El ambiente ya estaba preparado.
Hasta que llegó. Lo primero que observó es que no traía las flores que ella le había pedido por teléfono. Oh¡ lo olvidé - le dijo - con tantos problemas en la oficina, se me olvidó, discúlpame pero mañana si las traigo. ¿Ya para qué? - pensó ella. Pero en fin, el pobre siempre era tan olvidadizo.
Se apresuró en servir el cóctel en esas copas que años estaban guardadas en la vitrina del comedor. Hicieron el brindis y él le comentó que estaba muy dulce, que hubiera preferido que tuviera menos azúcar. Ella se disculpó y le dijo que había seguido al pie de la letra la receta de un famoso barman peruano.
Inmediatamente se fue a la cocina para servir ese plato favorito que sabía que a él le gustaba. Antes de servirlo apagó las luces y prendió las velas. Él le dijo que por favor las prendiera porque estaba leyendo el periódico hasta que ella terminara de servir la comida. Entonces ya algo incomoda, prendió las luces y apagó las velas.
Se sentaron a la mesa y cuando su esposo vio su plato preferido le preguntó cuánto había gastado, porque ese plato era caro y le recordó que le había pedido por favor que no se excediera en los gastos, porque estaban en una economía de guerra ya que querían comprarse un auto del año. Carmela sintió que lo detestaba, como muchas mujeres detestamos cuando nuestras parejas nos sacan las cuentas o nos comentan en detalle, hasta el último sol que gastaron o van a gastar.
Carmela empezó a sentir que su libido bajaba bruscamente, recién se daba cuenta que su matrimonio había caído en la temible rutina. Su esposo ya no era aquel galán atento y amable que la elogiaba por cualquier cosa que ella hacía o decía, incluso cuando a la comida le faltaba sazón o se le pasaba de sal.
Después de haberse comido todo lo del plato de un solo tirón, sorbiendo al ingerir los alimentos y limpiando sus dedos a punto de lenguadas, la agarró de las manos y le dijo que todo estaba muy rico y empezó a hablarle con ese tonito que Carmela odiaba. Cuando su esposo se sentía satisfecho y quería engreírla, empezaba a hablar como bebé. Imagínense para una mujer ver a un hombre de más de 40 años, grandote y peludo, hablar como bebé, lejos de estimularnos, nos desanima.
Luego cogió una cajita con mondadientes y plácidamente empezó a limpiarse los restos de comida que le habían quedado en los dientes. Carmela sintió que las nauseas le querían venir, pero dio un suspiro hondo y bebió un sorbo de agua. Le había pedido tantas veces que no lo hiciera, pero él no podía con su desagradable costumbre.
Se levantaron de la mesa. El se fue al dormitorio, prendió el televisor y poco después se quedó roncando de lo lindo mientras Carmela terminaba de limpiar las cosas en la cocina. Ella pensó que mejor estaba así, total, ella quería una verdadera pareja y no sólo un semental. Dejó que durmiera y pensó que mañana sería un día mejor.
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