Hoy
estamos aquí para que nuestra voz, la de mujeres migrantes, autóctonas,
feministas, precarias y otras personas que apoyan nuestra lucha, se
escuche, se oiga muy alto, y se sienta arropada por muchas otras voces….
Desde hace 18 años Josefa trabaja en la misma casa de Aravaca. Una casa enorme de dos plantas. Durante años fue todos los días, pero con la crisis le redujeron a 3 a la semana. Un día se cayó trabajando y tuvieron que operarla. Justo antes de la operación su jefa llamó preguntándole cuándo se demoraría en volver al trabajo. Por supuesto, le descontó los días de baja del sueldo. Cuando se murió la madre de Josefa no pudo ir a trabajar durante tres días; y su jefa le descontó 150 euros de la asignación mensual.
Mónica trabaja de interna, 14 horas por 600 euros al mes. El médico le pidió hacerse una mamografía, pero Mónica no se atreve a pedirle unas horas a su jefa. Cuando por fin se decide, la jefa le dice que no puede falta al trabajo, y que si lo hace le descontará el día completo. Pese a todo, Mónica decide ir al médico y perder el dinero; y en la sala de espera recibe tres llamadas de su jefa preguntándole dónde está su vestido favorito.
Amalia cuida de un anciano 2 horas diarias. Le acompaña al médico, salen de paseo… El anciano ya no se vale por si mismo y para caminar necesita apoyarse en Amalia. Un día están en el parque y llega la policía. Le piden la documentación a Amalia. Ella les explica que está trabajando, que el señor no puede quedarse solo, pero a la policía les da igual y la detienen. El señor se pone nervioso y Amalia no sabe qué hacer. Menos mal que aparece la hija, su jefa, que se queda con él. Amalia pasa tres días en comisaría.
Desde que el Real Decreto 1424/1985 que regula el Régimen Especial del Empleo de Hogar entró en vigencia, no se ha parado de denunciar la discriminación que fomenta. Legaliza condiciones abusivas: por ejemplo, no existe derecho a paro, ni a baja laboral hasta el día 29, y las horas de presencia son legales, lo que en el caso de las internas significa jornadas de 14 horas… o más. A esto hay que sumarle, ya se sabe, que en lo doméstico, en lo privado, puede pasar cualquier cosa. No existe convenio ni negociación colectiva. No hay inspección laboral. Solo una relación personal dentro de una relación que de por sí es desigual.
A las trabajadoras migrantes esta situación nos afecta especialmente. Los abusos son mayores porque no hay otras opciones y se chantajea con los papeles. Que si aceptas tal o cual te los hago, que si no cotizas no podrás renovar tu tarjeta… Además, se deniegan los arraigos porque tenemos altas en la seguridad social como discontinuas, o no podemos reagrupar a nuestra familia porque como estamos de internas, no tenemos casa propia. Conseguir los papeles es un proceso muy complejo y nos dejamos la piel, el tiempo y el dinero en papeleos interminables que acaban en negativas. Muchas veces acabamos pagándonos la seguridad social aunque no estemos trabajando para no perder la tarjeta. Nos preguntamos dónde está todo el dinero que invertimos en las arcas públicas a lo largo de años… y lo único que encontramos es trabas y más trabas. Siempre los papeles, los malditos papeles.
Y con la crisis de peor en peor. A las mujeres nos afecta especialmente el recorte de derechos generalizado. No solo hay más despidos, que por cierto, a las empleadas de hogar solo nos avisan con una semana de antelación y nuestra indemnización es irrisoria… también nos exigen trabajar más y más por menos dinero y en peores condiciones. Somos profesoras de inglés, educadoras, limpia coches, costureras, pasea perros, enfermeras, cocineras, niñeras, animadoras incansables, expertas administradoras y especialistas en gestiones burocráticas. Nos piden que consideremos que con la crisis no hay dinero. Pero cuando accedemos nos damos cuenta que para el coche nuevo y la ropa de marca sí que lo hay. Nos piden que nos callemos, que no protestemos, que nos pleguemos a todo lo que nos exigen. Nos enseñan que quieren sólo manos, mecánicas y silenciosas, pero, sorpresa, somos personas. Que quieren sólo cuerpos dóciles, pero llegaron mujeres con voz y rebeldía. Y sentimos que no estamos solas.
Salir a la calle tampoco nos es fácil. Tenemos miedo por las redadas, porque en cualquier momento nos paran en los controles de identidad por nuestro color de piel. Hay controles en los parques, en las paradas de autobús, en las bocas de metro. Nos preguntamos cómo es posible que a principio de los dos mil, cuando la economía prosperaba, se nos permitiese pasar a España con visados de turistas para luego perseguirnos de esta manera. Nos preguntamos qué políticas de migración son estas que sólo nos ven como mano de obra barata según conveniencia, olvidando que somos personas con sueños, amig@s, familiares, necesidades o deseos, en definitiva, con vida, y que nuestros derechos no pueden ser vulnerados.
Como somos extranjeras se piensa que no vamos al médico, que no nos hace falta tener ocio, que no tenemos amigos, que no nos divertimos, que tampoco tenemos relaciones de pareja o que cualquier cosa de estas es un privilegio al que no tendríamos que acceder, pues en nuestro país, dicen, estamos aún en las cavernas. Este estereotipo racista repercute en el trato que obtenemos: no nos dan permiso ni para ir al médico, pese a todas las enfermedades que desarrollamos por el enorme esfuerzo físico que hacemos con las tareas del hogar, porque piensan que en nuestro país vivíamos sin ello; y si trabajamos de sol a sol tampoco pasa nada porque no tenemos por qué tener vida más allá del trabajo. Es una excusa para controlarnos más y más.
El trabajo de cuidados es imprescindible en nuestra sociedad, y sin embargo, es lo que menos se ve y valorado está, lo que menos cuenta. Queremos resaltar que nuestro trabajo beneficia y repercute en el bienestar de toda la sociedad. El cuidado de las personas mayores, de los niños y enfermos, y la atención de los hogares, sigue recayendo en manos de mujeres. Cuando las autóctonas se incorporan al mundo laboral, somos otras mujeres empleadas de hogar quienes cubrimos los puestos que ellas dejan vacíos. Cuando se exige la calidad de nuestro trabajo no se distingue entre las que tienen papeles y las que no, pero sí se distingue a la hora de pagarnos y respetar nuestros derechos. Por eso estamos hoy todas juntas, con papeles y sin papeles, aquí presentes exigiendo, para que se nos oiga bien alto:
Que se modifique el Régimen Especial del Empleo de Hogar y se equipare al régimen general.
Que se atienda a la situación específica de las trabajadoras migrantes, en concreto, que se acaben las redadas policiales orientadas racialmente; que se dejen de denegar sistemáticamente las peticiones de arraigo; que se consideren las situaciones específicas para la reagrupación familiar; que se desarrollen mecanismos específicos para vigilar los casos de vulneración de derechos, tanto para las que tienen papeles como para las que no.
Y, por último, queremos gritar muy algo que no queremos una sociedad basada en la desigualdad y la discriminación.
¡SE ACABÓ, SE ACABÓ, SE ACABÓ LA ESCLAVITUD!
Territorio Doméstico, Madrid, 8 de mayo de 2011.
http://www.letra.org/spip/spip.php?article4049&lang=es
Desde hace 18 años Josefa trabaja en la misma casa de Aravaca. Una casa enorme de dos plantas. Durante años fue todos los días, pero con la crisis le redujeron a 3 a la semana. Un día se cayó trabajando y tuvieron que operarla. Justo antes de la operación su jefa llamó preguntándole cuándo se demoraría en volver al trabajo. Por supuesto, le descontó los días de baja del sueldo. Cuando se murió la madre de Josefa no pudo ir a trabajar durante tres días; y su jefa le descontó 150 euros de la asignación mensual.
Mónica trabaja de interna, 14 horas por 600 euros al mes. El médico le pidió hacerse una mamografía, pero Mónica no se atreve a pedirle unas horas a su jefa. Cuando por fin se decide, la jefa le dice que no puede falta al trabajo, y que si lo hace le descontará el día completo. Pese a todo, Mónica decide ir al médico y perder el dinero; y en la sala de espera recibe tres llamadas de su jefa preguntándole dónde está su vestido favorito.
Amalia cuida de un anciano 2 horas diarias. Le acompaña al médico, salen de paseo… El anciano ya no se vale por si mismo y para caminar necesita apoyarse en Amalia. Un día están en el parque y llega la policía. Le piden la documentación a Amalia. Ella les explica que está trabajando, que el señor no puede quedarse solo, pero a la policía les da igual y la detienen. El señor se pone nervioso y Amalia no sabe qué hacer. Menos mal que aparece la hija, su jefa, que se queda con él. Amalia pasa tres días en comisaría.
Desde que el Real Decreto 1424/1985 que regula el Régimen Especial del Empleo de Hogar entró en vigencia, no se ha parado de denunciar la discriminación que fomenta. Legaliza condiciones abusivas: por ejemplo, no existe derecho a paro, ni a baja laboral hasta el día 29, y las horas de presencia son legales, lo que en el caso de las internas significa jornadas de 14 horas… o más. A esto hay que sumarle, ya se sabe, que en lo doméstico, en lo privado, puede pasar cualquier cosa. No existe convenio ni negociación colectiva. No hay inspección laboral. Solo una relación personal dentro de una relación que de por sí es desigual.
A las trabajadoras migrantes esta situación nos afecta especialmente. Los abusos son mayores porque no hay otras opciones y se chantajea con los papeles. Que si aceptas tal o cual te los hago, que si no cotizas no podrás renovar tu tarjeta… Además, se deniegan los arraigos porque tenemos altas en la seguridad social como discontinuas, o no podemos reagrupar a nuestra familia porque como estamos de internas, no tenemos casa propia. Conseguir los papeles es un proceso muy complejo y nos dejamos la piel, el tiempo y el dinero en papeleos interminables que acaban en negativas. Muchas veces acabamos pagándonos la seguridad social aunque no estemos trabajando para no perder la tarjeta. Nos preguntamos dónde está todo el dinero que invertimos en las arcas públicas a lo largo de años… y lo único que encontramos es trabas y más trabas. Siempre los papeles, los malditos papeles.
Y con la crisis de peor en peor. A las mujeres nos afecta especialmente el recorte de derechos generalizado. No solo hay más despidos, que por cierto, a las empleadas de hogar solo nos avisan con una semana de antelación y nuestra indemnización es irrisoria… también nos exigen trabajar más y más por menos dinero y en peores condiciones. Somos profesoras de inglés, educadoras, limpia coches, costureras, pasea perros, enfermeras, cocineras, niñeras, animadoras incansables, expertas administradoras y especialistas en gestiones burocráticas. Nos piden que consideremos que con la crisis no hay dinero. Pero cuando accedemos nos damos cuenta que para el coche nuevo y la ropa de marca sí que lo hay. Nos piden que nos callemos, que no protestemos, que nos pleguemos a todo lo que nos exigen. Nos enseñan que quieren sólo manos, mecánicas y silenciosas, pero, sorpresa, somos personas. Que quieren sólo cuerpos dóciles, pero llegaron mujeres con voz y rebeldía. Y sentimos que no estamos solas.
Salir a la calle tampoco nos es fácil. Tenemos miedo por las redadas, porque en cualquier momento nos paran en los controles de identidad por nuestro color de piel. Hay controles en los parques, en las paradas de autobús, en las bocas de metro. Nos preguntamos cómo es posible que a principio de los dos mil, cuando la economía prosperaba, se nos permitiese pasar a España con visados de turistas para luego perseguirnos de esta manera. Nos preguntamos qué políticas de migración son estas que sólo nos ven como mano de obra barata según conveniencia, olvidando que somos personas con sueños, amig@s, familiares, necesidades o deseos, en definitiva, con vida, y que nuestros derechos no pueden ser vulnerados.
Como somos extranjeras se piensa que no vamos al médico, que no nos hace falta tener ocio, que no tenemos amigos, que no nos divertimos, que tampoco tenemos relaciones de pareja o que cualquier cosa de estas es un privilegio al que no tendríamos que acceder, pues en nuestro país, dicen, estamos aún en las cavernas. Este estereotipo racista repercute en el trato que obtenemos: no nos dan permiso ni para ir al médico, pese a todas las enfermedades que desarrollamos por el enorme esfuerzo físico que hacemos con las tareas del hogar, porque piensan que en nuestro país vivíamos sin ello; y si trabajamos de sol a sol tampoco pasa nada porque no tenemos por qué tener vida más allá del trabajo. Es una excusa para controlarnos más y más.
El trabajo de cuidados es imprescindible en nuestra sociedad, y sin embargo, es lo que menos se ve y valorado está, lo que menos cuenta. Queremos resaltar que nuestro trabajo beneficia y repercute en el bienestar de toda la sociedad. El cuidado de las personas mayores, de los niños y enfermos, y la atención de los hogares, sigue recayendo en manos de mujeres. Cuando las autóctonas se incorporan al mundo laboral, somos otras mujeres empleadas de hogar quienes cubrimos los puestos que ellas dejan vacíos. Cuando se exige la calidad de nuestro trabajo no se distingue entre las que tienen papeles y las que no, pero sí se distingue a la hora de pagarnos y respetar nuestros derechos. Por eso estamos hoy todas juntas, con papeles y sin papeles, aquí presentes exigiendo, para que se nos oiga bien alto:
Que se modifique el Régimen Especial del Empleo de Hogar y se equipare al régimen general.
Que se atienda a la situación específica de las trabajadoras migrantes, en concreto, que se acaben las redadas policiales orientadas racialmente; que se dejen de denegar sistemáticamente las peticiones de arraigo; que se consideren las situaciones específicas para la reagrupación familiar; que se desarrollen mecanismos específicos para vigilar los casos de vulneración de derechos, tanto para las que tienen papeles como para las que no.
Y, por último, queremos gritar muy algo que no queremos una sociedad basada en la desigualdad y la discriminación.
¡SE ACABÓ, SE ACABÓ, SE ACABÓ LA ESCLAVITUD!
Territorio Doméstico, Madrid, 8 de mayo de 2011.
http://www.letra.org/spip/spip.php?article4049&lang=es
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