Cuando abordamos el tema de violencia de género, nos sobrecoge una mezcla de sentimientos encontrados frente a las conductas y actitudes de violencia ejercidas a las mujeres y niñas.
Pero porqué si las mujeres hemos avanzado en temas de normatividad contra la violencia, en derechos humanos, en espacios de participación ciudadana, en cargos públicos y políticos, seguimos hablando del tema de violencia intrafamiliar? ¿Qué estamos dejando de hacer o no haciendo bien para que esta lacra siga siendo parte de la vida diaria de muchas mujeres en el mundo?
Y es que somos las propias mujeres quienes, ya sea por cultura, por baja autoestima o por dependencia económica, las que no solamente toleramos la violencia sino también la ocultamos.
Esa mirada machista, de valores culturales en los que se cree que las mujeres somos seres inferiores y por ende, los varones seres superiores a nosotras, permanece intrínsicamente arraigado dentro de la mentalidad de muchas familias y lamentablemente, somos las propias mujeres las que perpetuamos esa creencia que a lo largo de la historia, lo vamos trasmitiendo de madres a hijas, a tal punto que se convierte en prácticas cotidianas de violencia hacia ese ser inferior a quien se le puede maltratar, hacer a un lado, quitarle sus derechos y conminarlas al espacio doméstico y reproductivo, porque al final ella también se lo cree y se siente incapaz de vencer sus miedos, de auto sostenerse, de compartir sus inquietudes con otras mujeres y de buscar protección y orientación.
El cambio cultural es uno de los procesos más difíciles en las comunidades y que conlleva tiempo. Muchas cosas se hacen o se dejan hacer por la tradición, o porque son valores y costumbres heredados de nuestros ancestros; lo aceptamos, lo tomamos, lo replicamos sin que haya un mayor análisis.
Las mujeres somos aproximadamente el 50% de la población, por lo tanto nos corresponde en esa misma proporción, el acceso a los servicios y recursos económicos y productivos. Un trato equitativo en las relaciones de pareja y la igualdad de oportunidades en los cargos de decisión política.
Por todo ello se hace necesaria la creación de espacios, programas y proyectos que promuevan ese cambio de actitudes y creencias en las propias mujeres y varones, en el que haya una mirada de valoración de las personas como seres humanos y no por su sexo.
Felizmente para las mujeres, hoy contamos con un proyecto liderado por nuestra organización Paz y Esperanza, financiado por el Fondo Italo Peruano. Este proyecto se denomina “Equidad y Desarrollo sin Violencia Hacia la Mujer”, que tienen por objetivo fortalecer el ejercicio de derechos referidos a la integridad física, psicológica, sexual en mujeres de organizaciones sociales de base. Este proyecto se viene implementando en trece distritos escogidos por su nivel de pobreza, extrema pobreza y mayores índices de violencia hacia la mujer. En la Región Huanuco: Huanuco, Amarilis, Chinchao, Chururbamba, Kichky, Ambo, Jesús, Panao, Molino, Chaglla, Rupa Rupa, José Crespo y Castillo. En la Región Lima: El distrito de San Juan de Lurigancho.
Este importante proyecto tendrá un periodo de ejecución de tres años, es decir, hasta el 2001 y tiene como finalidad contribuir al pleno ejercicio de ciudadanía de las mujeres y a la igualdad de género en la participación del desarrollo local y regional.
Para nosotras las mujeres ejercer plenamente nuestros derechos ciudadanos significa conocerlos, practicarlos, generar propuestas con enfoque de género, la participación activa con responsabilidad, ejerciendo vigilancia e incidencia en los espacios públicos.
El proyecto “Equidad y Desarrollo sin Violencia Hacia la Mujer” brinda la posibilidad que las mujeres se empoderen y cuando esto suceda, ellas empezarán a tomar decisiones sobre su propia vida, su cuerpo, su futuro y serán capaces de exigir respeto, rechazar la violencia, denunciarla para que se haga visible y se sancione al violentador, rompiendo el silencio cómplice que ha conseguido que la violencia se perpetúe de generación en generación.
Al término del proyecto estamos convencidos que las mujeres podrán satisfacer sus propias necesidades, reconocer sus capacidades, adquirir nuevos conocimientos que les permitirán intervenir e interactuar con los demás, pero sobre todo, alcanzarán mejorar su calidad de vida en un contexto de una convivencia pacifica y desarrollo pleno de su ciudadanía.
Pero porqué si las mujeres hemos avanzado en temas de normatividad contra la violencia, en derechos humanos, en espacios de participación ciudadana, en cargos públicos y políticos, seguimos hablando del tema de violencia intrafamiliar? ¿Qué estamos dejando de hacer o no haciendo bien para que esta lacra siga siendo parte de la vida diaria de muchas mujeres en el mundo?
Y es que somos las propias mujeres quienes, ya sea por cultura, por baja autoestima o por dependencia económica, las que no solamente toleramos la violencia sino también la ocultamos.
Esa mirada machista, de valores culturales en los que se cree que las mujeres somos seres inferiores y por ende, los varones seres superiores a nosotras, permanece intrínsicamente arraigado dentro de la mentalidad de muchas familias y lamentablemente, somos las propias mujeres las que perpetuamos esa creencia que a lo largo de la historia, lo vamos trasmitiendo de madres a hijas, a tal punto que se convierte en prácticas cotidianas de violencia hacia ese ser inferior a quien se le puede maltratar, hacer a un lado, quitarle sus derechos y conminarlas al espacio doméstico y reproductivo, porque al final ella también se lo cree y se siente incapaz de vencer sus miedos, de auto sostenerse, de compartir sus inquietudes con otras mujeres y de buscar protección y orientación.
El cambio cultural es uno de los procesos más difíciles en las comunidades y que conlleva tiempo. Muchas cosas se hacen o se dejan hacer por la tradición, o porque son valores y costumbres heredados de nuestros ancestros; lo aceptamos, lo tomamos, lo replicamos sin que haya un mayor análisis.
Las mujeres somos aproximadamente el 50% de la población, por lo tanto nos corresponde en esa misma proporción, el acceso a los servicios y recursos económicos y productivos. Un trato equitativo en las relaciones de pareja y la igualdad de oportunidades en los cargos de decisión política.
Por todo ello se hace necesaria la creación de espacios, programas y proyectos que promuevan ese cambio de actitudes y creencias en las propias mujeres y varones, en el que haya una mirada de valoración de las personas como seres humanos y no por su sexo.
Felizmente para las mujeres, hoy contamos con un proyecto liderado por nuestra organización Paz y Esperanza, financiado por el Fondo Italo Peruano. Este proyecto se denomina “Equidad y Desarrollo sin Violencia Hacia la Mujer”, que tienen por objetivo fortalecer el ejercicio de derechos referidos a la integridad física, psicológica, sexual en mujeres de organizaciones sociales de base. Este proyecto se viene implementando en trece distritos escogidos por su nivel de pobreza, extrema pobreza y mayores índices de violencia hacia la mujer. En la Región Huanuco: Huanuco, Amarilis, Chinchao, Chururbamba, Kichky, Ambo, Jesús, Panao, Molino, Chaglla, Rupa Rupa, José Crespo y Castillo. En la Región Lima: El distrito de San Juan de Lurigancho.
Este importante proyecto tendrá un periodo de ejecución de tres años, es decir, hasta el 2001 y tiene como finalidad contribuir al pleno ejercicio de ciudadanía de las mujeres y a la igualdad de género en la participación del desarrollo local y regional.
Para nosotras las mujeres ejercer plenamente nuestros derechos ciudadanos significa conocerlos, practicarlos, generar propuestas con enfoque de género, la participación activa con responsabilidad, ejerciendo vigilancia e incidencia en los espacios públicos.
El proyecto “Equidad y Desarrollo sin Violencia Hacia la Mujer” brinda la posibilidad que las mujeres se empoderen y cuando esto suceda, ellas empezarán a tomar decisiones sobre su propia vida, su cuerpo, su futuro y serán capaces de exigir respeto, rechazar la violencia, denunciarla para que se haga visible y se sancione al violentador, rompiendo el silencio cómplice que ha conseguido que la violencia se perpetúe de generación en generación.
Al término del proyecto estamos convencidos que las mujeres podrán satisfacer sus propias necesidades, reconocer sus capacidades, adquirir nuevos conocimientos que les permitirán intervenir e interactuar con los demás, pero sobre todo, alcanzarán mejorar su calidad de vida en un contexto de una convivencia pacifica y desarrollo pleno de su ciudadanía.
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