Marcelina era golpeada por su esposo. Ella pensaba que él tenía derecho a golpearla cuando se molestaba porque ella planchaba mal la camisa, cuando la comida le salía subida de sal. Pensaba que ella se merecía un “castigo” por haber hecho mal sus obligaciones; además su esposo era el “jefe” del hogar y tenía toda la razón de reclamar y golpearla.
Marcelina después que su esposo la golpeaba, se sentía feliz, porque sabía que después de su enojo, él vendría a pedirle perdón por su agresividad y por unos días sería muy amoroso. Esta situación no le parecía extraña, pues desde niña había visto a su padre hacer lo mismo con su mamá. Además su mamá le enseñó que a los hombres hay que atenderlos, servirlos, por eso desde muy pequeña atendía a su papá y hermanos.
También recordaba que la primera vez que su esposo la golpeó, se lo contó a su mamá y ella le comentó que las mujeres debían aguantar los golpes, pues los esposos tenían razón cuando castigaban a las esposas por haber hecho alguna cosa mal y que esos golpes demostraban el interés de los esposos en “corregirlas”, demostraban el amor que sienten por ellas. Marcelina no lo entendía muy bien, pero lo aceptaba, total todas las mujeres que conocía pensaban igual.
Los hombres de su comunidad tenían la creencia que las mujeres eran seres inferiores a las que se les podía insultar, maltratar y ellas tenían que obedecer sin reclamar. Esto se debía entre otras cosas, porque las mujeres no trabajaban y dependían económicamente del marido. Marcelina tenía que preocuparse de tener contento a su esposo, pues pensaba que si él se iba de la casa, ella sola no podría mantener a sus tres hijos. Además, en su comunidad, era mal visto que una mujer se quedara sola, era despreciada. “Por algo la habrá dejado” diría la gente, “seguramente es una mala mujer por eso la ha abandonado”.
Un día se realizó una fiesta patronal en su comunidad. Todos estaban muy felices, se habían repartido el trabajo en comisiones. Mientras las mujeres cocinaban y servían, los hombres tomaban. Una potente banda tocaba alegres melodías. Cuando los hombres ya estaban mareados, recién se animaban a invitar a bailar a sus parejas.
De pronto Marcelina se da cuenta que dentro de los asistentes se encuentra un primo al que hacía muchos años no veía. Se acercó a él y lo abrazó, recordando cuando niños, ellos y sus otros primos jugaban, cantaban, saltaban. Cuántos juegos inventaban… ¡eran épocas de mucha felicidad! ¿Cómo no alegrarse de ver a su primo?
Un vecino que estaba viendo la escena, codeó al esposo de Marcelina y le soltó un comentario mal intencionado. El esposo ya estaba aturdido por el alcohol y observó cómo Marcelina cogía del brazo a su primo y lo acercaba donde estaba él. Ella le explicó quien era el visitante y porque se sentía contenta de verlo.
El esposo ya no entendía nada. Sólo le había quedado el comentario mal intencionado de su vecino. Los miró con desprecio y siguió tomando. Marcelina sintió miedo, conocía muy bien esa mirada, sabía lo que vendría después. Se disculpó de su primo y volvió a la cocina.
Cuando la fiesta terminó ella regresaba a casa al lado de su esposo, caminando ambos en silencio. De pronto ella sintió un golpe en la cara, luego vino otro, una patada y otras más, cayó al suelo gritando de dolor. Él no hablaba, sólo la golpeaba. Marcelina pensaba en sus tres hijitos, en sus caritas felices, en cómo ellos corrían a abrazarla cuando llegaba a casa. Ese fue su último pensamiento, una pedrada certera en la cabeza le quitó la vida. Su esposo al darse cuenta que ella ya no respiraba, se fue corriendo, dándose a la fuga.
Esta triste historia, es sólo una de tantas que se vienen dando. El los últimos meses vemos con alarma cómo muchas mujeres son asesinadas de la forma más cruel por sus parejas. Pero lo que más me preocupa es ver la lentitud e indiferencia de las autoridades, de la sociedad civil y de las propias mujeres. ¿Cuántas muertes más deben suceder para que tomemos conciencia?
La violencia contra las mujeres un problema latente que nos debe preocupar a todas y todos. Es un problema urgente que debemos afrontar, no podemos dejarlo para mañana. Hagamos propuestas, reunámonos con las autoridades para hablar del tema, busquemos alternativas de solución orientadas a valorizar la imagen de las mujeres. Esto nos puede suceder a todas, no queremos más Marcelinas.
Marcelina después que su esposo la golpeaba, se sentía feliz, porque sabía que después de su enojo, él vendría a pedirle perdón por su agresividad y por unos días sería muy amoroso. Esta situación no le parecía extraña, pues desde niña había visto a su padre hacer lo mismo con su mamá. Además su mamá le enseñó que a los hombres hay que atenderlos, servirlos, por eso desde muy pequeña atendía a su papá y hermanos.
También recordaba que la primera vez que su esposo la golpeó, se lo contó a su mamá y ella le comentó que las mujeres debían aguantar los golpes, pues los esposos tenían razón cuando castigaban a las esposas por haber hecho alguna cosa mal y que esos golpes demostraban el interés de los esposos en “corregirlas”, demostraban el amor que sienten por ellas. Marcelina no lo entendía muy bien, pero lo aceptaba, total todas las mujeres que conocía pensaban igual.
Los hombres de su comunidad tenían la creencia que las mujeres eran seres inferiores a las que se les podía insultar, maltratar y ellas tenían que obedecer sin reclamar. Esto se debía entre otras cosas, porque las mujeres no trabajaban y dependían económicamente del marido. Marcelina tenía que preocuparse de tener contento a su esposo, pues pensaba que si él se iba de la casa, ella sola no podría mantener a sus tres hijos. Además, en su comunidad, era mal visto que una mujer se quedara sola, era despreciada. “Por algo la habrá dejado” diría la gente, “seguramente es una mala mujer por eso la ha abandonado”.
Un día se realizó una fiesta patronal en su comunidad. Todos estaban muy felices, se habían repartido el trabajo en comisiones. Mientras las mujeres cocinaban y servían, los hombres tomaban. Una potente banda tocaba alegres melodías. Cuando los hombres ya estaban mareados, recién se animaban a invitar a bailar a sus parejas.
De pronto Marcelina se da cuenta que dentro de los asistentes se encuentra un primo al que hacía muchos años no veía. Se acercó a él y lo abrazó, recordando cuando niños, ellos y sus otros primos jugaban, cantaban, saltaban. Cuántos juegos inventaban… ¡eran épocas de mucha felicidad! ¿Cómo no alegrarse de ver a su primo?
Un vecino que estaba viendo la escena, codeó al esposo de Marcelina y le soltó un comentario mal intencionado. El esposo ya estaba aturdido por el alcohol y observó cómo Marcelina cogía del brazo a su primo y lo acercaba donde estaba él. Ella le explicó quien era el visitante y porque se sentía contenta de verlo.
El esposo ya no entendía nada. Sólo le había quedado el comentario mal intencionado de su vecino. Los miró con desprecio y siguió tomando. Marcelina sintió miedo, conocía muy bien esa mirada, sabía lo que vendría después. Se disculpó de su primo y volvió a la cocina.
Cuando la fiesta terminó ella regresaba a casa al lado de su esposo, caminando ambos en silencio. De pronto ella sintió un golpe en la cara, luego vino otro, una patada y otras más, cayó al suelo gritando de dolor. Él no hablaba, sólo la golpeaba. Marcelina pensaba en sus tres hijitos, en sus caritas felices, en cómo ellos corrían a abrazarla cuando llegaba a casa. Ese fue su último pensamiento, una pedrada certera en la cabeza le quitó la vida. Su esposo al darse cuenta que ella ya no respiraba, se fue corriendo, dándose a la fuga.
Esta triste historia, es sólo una de tantas que se vienen dando. El los últimos meses vemos con alarma cómo muchas mujeres son asesinadas de la forma más cruel por sus parejas. Pero lo que más me preocupa es ver la lentitud e indiferencia de las autoridades, de la sociedad civil y de las propias mujeres. ¿Cuántas muertes más deben suceder para que tomemos conciencia?
La violencia contra las mujeres un problema latente que nos debe preocupar a todas y todos. Es un problema urgente que debemos afrontar, no podemos dejarlo para mañana. Hagamos propuestas, reunámonos con las autoridades para hablar del tema, busquemos alternativas de solución orientadas a valorizar la imagen de las mujeres. Esto nos puede suceder a todas, no queremos más Marcelinas.