Indudablemente que el caso del asesinato de una joven peruana presuntamente por un ciudadano holandés, nos deja muchas reflexiones y preocupaciones.
Preguntémonos ¿Qué estamos haciendo con nuestros hijos? O mejor dicho ¿Qué no estamos haciendo con ellas y ellos?
Hasta hace unos años nos preocupábamos porque nuestros hijos adolescentes de no fumaran cigarrillos, que no regresaran muy tarde de las fiestas, que no cayeran en las drogas, que no salieran embarazadas. Hoy los riesgos son mucho más grandes: existe una gran variedad de drogas al alcance de los jóvenes, cantidad de locales de juegos al azar, tragamonedas, internet con todas las posibilidades de información, pero también con una serie de peligros como por ejemplo: que las chicas y chicos sean seducidos vía web, por personas enfermas o inescrupulosas que tienen el único fin de aprovecharse y hacerles daño.
Actualmente la situación es mucho más complicada porque en muchos hogares trabajan papá y mamá, llegan tarde a casa, agotados de trabajar todo el día fuera, ya no les queda tiempo ni paciencia para estar con sus hijos.
Un sentimiento de culpa les aborda por no poder estar durante el día con sus hijos, conversar, ayudarlos en las tareas escolares. Como forma de compensación les dan significativas propinas, les compran todo lo que ellos les piden: celulares, televisores en sus dormitorios, computadoras, ropa de marca, zapatillas de diferentes modelos y colores, no importa si ya no hay sitio en el closet para poner un par más.
El problema es mucho más complicado cuando nuestros hijos crecen y tienen una vida social muy activa, derrochan el dinero que nosotros les damos a mano suelta, juegan en los tragamonedas o casinos y nos sentimos orgullosos de que sean buenos jugadores y ganen torneos.
Sabemos que el riesgo existe en todas partes, pero un momento ¿quiénes van a los casinos? Todo tipo de personas: empresarios, gente que le gusta jugar, sea con dinero bien ganado o de dudosa procedencia, jóvenes entusiastas y… gente que consume alcohol, drogas, caza fortunas y turistas entre otros.
Pero ¿Quiénes son esos turistas? No se sabe, sólo que algunos son guapos, gringos y las jóvenes se dejan seducir por los turistas. Además se gustan y por qué no pasar una noche de pasión, si los padres están tan ocupados en sus negocios y con su vida social, que ni siquiera se dan cuenta si sus hijas llegan a dormir a casa.
Estas jóvenes carentes de cariño, aceptan la propuesta de cualquier persona que busque un acercamiento con ellas, sin cerciorarse si es un hombre honesto, un delincuente o un asesino.
Esto nos obliga a reflexionar sobre nuestras relaciones familiares, la relación con nuestros hijos e hijas. Menos celulares, menos ropa de marca, menos propinas. Si más tiempo con ellos, más comunicación, más comida casera y sobre todo mucho más amor.
Preguntémonos ¿Qué estamos haciendo con nuestros hijos? O mejor dicho ¿Qué no estamos haciendo con ellas y ellos?
Hasta hace unos años nos preocupábamos porque nuestros hijos adolescentes de no fumaran cigarrillos, que no regresaran muy tarde de las fiestas, que no cayeran en las drogas, que no salieran embarazadas. Hoy los riesgos son mucho más grandes: existe una gran variedad de drogas al alcance de los jóvenes, cantidad de locales de juegos al azar, tragamonedas, internet con todas las posibilidades de información, pero también con una serie de peligros como por ejemplo: que las chicas y chicos sean seducidos vía web, por personas enfermas o inescrupulosas que tienen el único fin de aprovecharse y hacerles daño.
Actualmente la situación es mucho más complicada porque en muchos hogares trabajan papá y mamá, llegan tarde a casa, agotados de trabajar todo el día fuera, ya no les queda tiempo ni paciencia para estar con sus hijos.
Un sentimiento de culpa les aborda por no poder estar durante el día con sus hijos, conversar, ayudarlos en las tareas escolares. Como forma de compensación les dan significativas propinas, les compran todo lo que ellos les piden: celulares, televisores en sus dormitorios, computadoras, ropa de marca, zapatillas de diferentes modelos y colores, no importa si ya no hay sitio en el closet para poner un par más.
El problema es mucho más complicado cuando nuestros hijos crecen y tienen una vida social muy activa, derrochan el dinero que nosotros les damos a mano suelta, juegan en los tragamonedas o casinos y nos sentimos orgullosos de que sean buenos jugadores y ganen torneos.
Sabemos que el riesgo existe en todas partes, pero un momento ¿quiénes van a los casinos? Todo tipo de personas: empresarios, gente que le gusta jugar, sea con dinero bien ganado o de dudosa procedencia, jóvenes entusiastas y… gente que consume alcohol, drogas, caza fortunas y turistas entre otros.
Pero ¿Quiénes son esos turistas? No se sabe, sólo que algunos son guapos, gringos y las jóvenes se dejan seducir por los turistas. Además se gustan y por qué no pasar una noche de pasión, si los padres están tan ocupados en sus negocios y con su vida social, que ni siquiera se dan cuenta si sus hijas llegan a dormir a casa.
Estas jóvenes carentes de cariño, aceptan la propuesta de cualquier persona que busque un acercamiento con ellas, sin cerciorarse si es un hombre honesto, un delincuente o un asesino.
Esto nos obliga a reflexionar sobre nuestras relaciones familiares, la relación con nuestros hijos e hijas. Menos celulares, menos ropa de marca, menos propinas. Si más tiempo con ellos, más comunicación, más comida casera y sobre todo mucho más amor.
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