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EL CASTIGO A NIÑOS Y NIÑAS


Creo que la mayoría de las personas que hoy somos adultas, hemos sido castigadas físicamente en algún momento de nuestras vidas. Lo lamentable es que muchas personas hemos sido castigadas permanentemente por nuestros padres, en su desconocimiento e impotencia de utilizar otras formas de castigo para “corregirnos”.

Cuando viajo a diferentes zonas al interior de nuestra región, observo que aún los padres vienen utilizando el famoso chicote como medio para castigar a sus hijos. Madres y padres que vuelcan toda su cólera y frustración al momento de castigar a sus hijos, sin medir las consecuencias que éste puede traer no sólo en el aspecto físico llegando a fracturar alguna parte del cuerpo de los niños o adolescentes, sino por la secuela que éstos maltratos dejan en sus mentes y recuerdos.

En los últimos años ha sido objeto de investigación el uso del castigo físico en niñas y niños. Lo que antes se creía que era una forma de disciplinar a nuestros hijos, hoy las investigaciones han demostrado que también hace daño a los padres y demás miembros de la familia.

Los castigos físicos despierta en los niños temores hacia sus padres. Esos temores van reemplazando en el tiempo, los sentimientos de amor y respeto para dar pase a sentimientos de rencor y rechazo. El niño entra en conflicto interno, amo a quien me golpea.

Por eso de adultos los hombres continúan ejerciendo presión y castigo hacia la mujer y los hijos porque eso fue lo que le enseñaron de niños en su hogar. Le parece tan natural castigar que hoy que se establece la violencia familiar como delito, para ellos es algo incomprensible.

Por otro lado, en el caso de las mujeres que desde niñas han recibido castigos, también tienen sentimientos en conflictos. Deben amar y respetar a quienes las castigan. Una vez más comprobamos que para las mujeres recibir castigo físico por sus parejas, no sólo es algo natural, sino que han comprendido desde pequeñas, que cuando alguien las ama, pueden maltratarlas, porque quieren lo mejor para ellas; incluso justifican esta violencia porque ellas “no hacen las cosas bien”.

Recuerdo de pequeña, mi profesora de primaria podía castigarnos físicamente con la famosa “palmeta”. La creencia antigua que “la letra con sangre entra” era muy común en aquella época. Las y los profesores tenían licencia de nuestros padres para “corregirnos”, o sea maltratarnos. Cuando ocurría esto y se los contábamos a nuestros padres, ¡pobre de nosotros! Nuevamente éramos castigados porque los profesores siempre tenían la razón y los niños sólo hacíamos quedar mal a nuestros padres.

Con esta actitud violenta de los adultos, los niños van aprendiendo que una forma de resolver conflictos es a través de la violencia, agarrándose a golpes. De allí nuestra facilidad de enfrentarnos a las personas, levantar la voz porque hemos aprendido que quien grita tiene la razón y la facilidad para denunciar a las personas en vez de conciliar.

El maltrato físico daña la autoestima de los niños, genera incapacidad para pensar positivamente de él o ella misma. Limita su creatividad y la posibilidad de mirar la vida con optimismo.

Algunas personas cuando castigan a los niños creen que ellos se volverán más fuertes, en la creencia que la “vida es dura” y que debemos enseñarles a salir adelante y así vencer los obstáculos que se les presentan, pero la realidad también nos demuestra que son más proclives a convertirse en victimas cuando se encuentran con personas que tiene más fuerza física que ellos. Se vuelven sumisos.

El otro problema es que no aprenden a dialogar, a reflexionar, sino a ser más impulsivos y se imponen a golpes antes que utilizar la razón, llegando en casos extremos a causar la muerte a la persona que están agrediendo.

Castigar a los niños y niñas, genera en los adultos, una doble moral, porque creen que si “te pego es porque te quiero”, lo cual no hace más que consolidar en la familia y la sociedad, el castigo físico, en la creencia que los niños son seres inferiores a los que podemos maltratar con toda la autoridad que nos corresponde, volviéndolos más vulnerables y enseñándoles que te castigo porque te amo, legitimando de esta manera, la violencia contra los niños.

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