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LAS MUJERES DE 40, 50 O MÁS...


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Para muchas mujeres cuando estamos cerca a cumplir los 40 años, nos invade una sensación de angustia y pensamos que “nos estamos volviendo viejas, qué horror”.

Cuando somos jóvenes creemos que la belleza depende de los cosméticos que usamos y de las cremas que nos aplicamos. Procuramos estar siempre a la moda y suspiramos por no tener el cuerpo ni el cabello de la modelo que está en las revistas.

Qué preocupación para las mujeres cuando nos miramos al espejo y vemos aparecer nuestras primeras canas. ¡Dios mío qué vergüenza, que nadie se dé cuenta, las voy a teñir inmediatamente! Pero los hombres no se quedan atrás, cuando se les comienza a caer el cabello o se les acentúan las entradas, empiezan a cambiar de peinado, la raya a un costado les va mejor y tratando de cubrir la calvicie llegan a hacérsela hasta que roce las orejas.

Con el tiempo también nos damos cuenta que ya no tenemos el peso ni las medidas que teníamos a los 18 años. Lamentamos la desgracia que nos ha caído encima. Seguro que es una “maldición china”. Tratamos de hacer cuanta dieta nos recomiendan o leemos en alguna revista de corte femenino. La dieta de las carnes, o de los huevos duros, o de la sopa baja en calorías. Llenamos nuestra refrigeradora de productos light y obligamos a todos los miembros de la familia a someterse a esa rigurosa dieta.

Salimos a correr en las mañanas por el parque más cercano a nuestra casa, hacemos ejercicios mientras vemos la televisión, untamos nuestro cuerpo con esas cremas maravillosas que vemos en la publicidad y que ofrecen bajarnos esos centímetros demás. Usamos litros de litros de esa famosa crema reductora, nos damos de pellizcos en las zonas gorditas de nuestro cuerpo, enérgicas palmadas para bajar la fastidiosa papada; nos compramos una bicicleta estacionaria y le damos hasta sudar la gota gorda los primeros días, hasta que nos cansamos. Al cabo de unos días nos damos cuenta que no hemos bajado ni un gramo, sintiéndonos decepcionadas, volvemos a nuestra rutina de comer harinas, gaseosas, frituras, etc. y la bicicleta termina en un rincón de nuestra habitación como colgador de ropa.

Sin embargo con el paso de los años algo maravilloso ocurre en nosotras. Nos damos cuenta que las personas empiezan a valorarnos más ya no por nuestro cuerpo, ni por cómo nos vemos, sino por lo que somos. Con el paso del tiempo nos hemos dado cuenta de que en los momentos en que nos hemos visto más hermosas, ha sido cuando nos hemos sentido bien con nosotras mismas, es decir, con la mujer que somos.

Es cierto que la coquetería femenina no debe perderse con el paso de los años, pero también es cierto que al dejarnos de preocupar sólo por nuestro físico, empezamos a crecer espiritualmente, tenemos más virtudes, somos más tolerantes y colaboradoras y siempre estamos dispuestas a dar un buen consejo a quien nos lo solicite, porque con el tiempo también hemos ganado experiencia.

Ya tampoco nos sentimos culpables por comernos esos chocolates que venden en la tienda de la esquina, porque no tenemos dieta que romper, ni nos sentimos tan preocupadas cuando el ancho de nuestras caderas y cintura comienzan a ganar algunos centímetros demás, así como algunas zonas de nuestro cuerpo han comenzado a decaer producto de la gravedad.

¡Qué hermosas somos las mujeres cuando tenemos 40, 50 o más! ¡Qué hermosos son nuestros rollitos, nuestra barriguita y esas arrugas que ya no podemos disimular! ¡Qué hermoso es poder decir lo que sentimos sin temor a que otras personas mayores nos desaprueben con sus miradas o gestos! Qué bueno es poder decirle a un joven lo bien que se le ve, sin temor a que él piense que lo estamos enamorando o que queremos algo con él.

El secreto de vivir felices a cualquier edad que tengamos no son nuestras medidas, ni el vestir a la moda, ni la cantidad de cremas embellecedoras que usemos. El secreto para ser felices a los 40, 50, 60 o más es aceptarnos como somos, es no desgastarnos compitiendo con nosotras mismas. En depurar nuestros sentimientos negativos que sólo nos trae enfermedades y enemistades.

Reprogramemos nuestra mente y forma de ser para que las personas empiecen a amarnos y valorarnos por lo que somos y no por cómo nos vemos. No nos engañemos, el tiempo pasa y deja huellas, pero eso no tiene porqué ser malo. Recuerda que sólo empezamos a envejecer cuando dejamos de aprender.



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