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LAS MUJERES OLVIDADAS POR EL ESTADO


En el interior de nuestra región, en las zonas rurales, nos encontramos con un significativo mujeres analfabetas, mujeres que no saben leer ni escribir, mujeres que desde niñas no pudieron acceder a los servicios educativos; mujeres que con mucho temor ponen sus huellas digitales en los documentos al momento de recibir los beneficios de algún programa social, sin poder leer y comprender el contenido de lo que están suscribiendo con su huella digital.

Los hombres en estas zonas, por cultura, mayormente consideran que las mujeres son de su propiedad, las que no deben opinar ni protestar, las que deben cumplir con toda la responsabilidad del hogar y de la crianza de los hijos y además del cuidado de los animales que tienen. Mujeres que deben trabajar mucho durante el día sin recibir ninguna remuneración y por las noches, acceder a los requerimientos sexuales de sus parejas.

Mujeres pobres, muy pobres. Ser mujer pobre y analfabeta en las zonas rurales, es una doble injusticia. Mujeres que cuando eran niñas, sus padres prefirieron enviar al colegio a sus hermanos varones, sacrificándolas para que ayuden en las labores de la casa.

Esta falta de oportunidad de acceder a los estudios, se hace evidente en las relaciones inequitativas de poder. El hombre al saber leer y escribir puede estar mejor informado. Esa información le da poder. Por otro lado al generar ingresos económicos para mantener a la familia, le da el poder de exigir y de maltratar.

Cuando la mujer es maltratada por su marido se siente humillada, desvalorada. Prefiere guardar silencio, prefiere mentir que se cayó, que se golpeó, pero nunca contará la verdad por vergüenza, por el qué dirán o por temor a las represalias. Y es que también en muchos lugares de nuestra serranía, la mujer prefiere soportar los golpes por que le enseñaron que el marido puede hacerlo debido a que es el jefe de la casa y si le pega es porque quiere corregirla para que sea una buena esposa y haga bien sus tareas domésticas.

El otro aspecto por el que la mujer soporta golpes e insultos es el de la dependencia económica la que va acompañada de la baja autoestima. Estos dos factores permiten que la mujer se sienta incapaz de enfrentar la vida sola y poder mantener a sus hijos. No sabe leer, no sabe acerca de los derechos que le asiste. Generalmente la casa y el terreno de la chacra está a nombre del esposo y en casos de separación, es ella la que tiene que salir de casa, sin reclamar ningún derecho, totalmente desvalida. Ese temor a enfrentar la vida sola para la cual no ha sido preparada, le hace retroceder y seguir en casa aunque sea golpeada permanentemente. Total, piensa que la vida es así y debe seguir resignándose a soportar golpes e insultos.

Luego tenemos el aspecto social, en muchas sociedades rurales no ven con buenos ojos que las mujeres se queden solas. Son las propias mujeres de la comunidad quienes comentan y murmuran que si el esposo la dejó es porque es una mala mujer y la empiezan a discriminar, la aíslan de toda reunión a ella y a sus hijos. Incluso hay algunos hombres de su comunidad que tratarán de aprovecharse de esta separación o abandono.

Por otro lado, las mujeres de las zonas rurales sienten que no hay justicia para ellas. La policía o el juez de paz, dos autoridades a las que recurre cuando han sido maltratadas por su pareja, le dicen que “él sabrá por qué te ha pegado, por algo será”. Luego llaman al agresor y los hacen conciliar, cuando se sabe que la violencia familiar está tipificada como delito y no debe haber conciliación. Sin embargo, hay algunas autoridades del pueblo que después de hacerlos conciliar le piden al agresor que pague una multa, que va desde comprar útiles de oficina, hasta un ganado o un saco de papas.

Eso es lo que vale para estas malas autoridades la dignidad de una mujer. Eso es lo que permite que el agresor siga golpeando, ahora con más confianza porque ya sabe como arregla en caso de ser denunciado. Ante esta realidad, las mujeres se inhiben de denunciar porque no sienten que se les hace justicia, porque no sienten confianza en sus autoridades. Esta es la realidad que todos, empezando por el Estado, debemos cambiar.

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