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EL DIVORCIO COMO POSIBILIDAD


Casarse es una de las decisiones más difíciles que tomamos en nuestra vida. Cuando nos casamos o decidimos formar una familia, generalmente lo hicimos con el deseo que sea para siempre. Sin embargo con el paso del tiempo, como todo en la vida, las cosas cambian. Lo que nos gusta hoy, puede que mañana ya no. Si amábamos intensamente a una persona, con el paso del tiempo podemos dejar de amarla. Nuestros sentimientos cambian y si decidimos separarnos, no es necesariamente por que haya una tercera persona de por medio.

Cuando una persona decide separarse o divorciarse, no lo hace de la noche a la mañana. Las parejas, antes de divorciarse, pasan por todo un proceso de discusiones, distanciamientos, reconciliaciones, nuevas discusiones, hasta casos extremos de agresiones verbales o físicas. La situación se hace tirante, insostenible y uno de ellos decide cortar con la relación marchándose de la casa.

Con el tiempo he comprendido que cuando nos enamoramos, somos nosotros mismos quienes idealizamos a la persona amada y creamos en nuestra mente muchas expectativas sobre él o ella, aunque muchas veces no sean reales, pero que las dejamos desarrollar porque nos sentimos felices, lo que comúnmente conocemos como “estar en las nubes”. Con el tiempo también, nosotros mismos vamos “bajando de las nubes” y poco a poco vamos viendo a la persona amada tal como es, con sus virtudes y defectos. El problema comienza cuando nos concentramos sólo en ver sus defectos y con ello, empieza a crecer nuestro desencanto.

Somos nosotros mismos quienes hemos creado toda una fantasía alrededor de la persona amada. No es que él o ella quien nos haya engañado, a decir verdad, somos nosotros mismos quienes nos engañamos.

Pero casi inmediatamente hacemos la pregunta ¿Entonces las parejas sólo se separan porque se dejan de amar? La separación se produce por muchísimas razones. Conozco a parejas que se quieren y admiran, pero ya no pueden vivir juntos porque ya no se desean, o porque ya no sienten la misma satisfacción de estar juntos, o porque uno de ellos tenía algunas expectativas frente al otro, esperaban más de él o ella, pero al no darse, sienten mucha frustración que no se atreven a comunicarla, hasta que llega un momento que explotan y deciden terminar la relación.

Cuando pregunto a algunas amigas divorciadas el motivo de su divorcio, manifiestan diversas razones y curiosamente como pensaríamos, la infidelidad no está dentro de las razones prioritarias. Por ejemplo hay casos en que se enamoraron de ellos porque tenían detalles como el de ser galantes, invitarlas a pasear, al cine o al restaurante. Cuando se casaron, ellos siguieron teniendo el mismo comportamiento de salir y gastar, pero con sus amigos. Ellas se dedicaron al hogar y a las tareas domésticas. En estos casos se aplica el dicho “los hombres son de la calle y la mujer de su casa”, hasta que ellas después de rogarles que cambien, se cansaron y decidieron divorciarse.

En otros casos, ellos llegan frecuentemente mareados a casa, después de haber celebrado con sus amigos y acostumbran hacer problemas a la esposa e hijos, rompen cosas, tiran la comida, hasta que la mujer cansada de su actitud, se arma de valor y decide terminar la relación, obviamente con toda la carga negativa que eso significa.

Otras mujeres manifestaron que ellas eran muy ordenadas y limpias. Al principio se sentían importantes acomodando todos los desórdenes que hacían sus parejas. Con el tiempo ya no lo soportaban y aunque les reclamaron cientos de veces, ellos no cambiaban de actitud. Es decir, cosas o actitudes que antes no tenían tanta importancia para ellas, con el tiempo se volvieron insoportables.

Contaba una de mis amigas que su esposo era muy tacaño. Al inicio de la relación le gustaba porque él era una persona muy ahorrativa, para ella eso era sinónimo de progreso. Desde niña había escuchado a su madre quejarse de su papá, quien era una persona muy gastadora, nunca le alcanzaba el sueldo, el dinero escaseaba en casa y las deudas se incrementaban.

Conocer a un hombre muy ahorrativo le garantizaba - según ella - la prosperidad y el no tener que preocuparse por el dinero. Pero con el pasar de los años, esa “joyita” de esposo, después de cenar, todas las noches se sentaba junto a ella para sacar las cuentas. Quería saber cuánto dinero había gastado durante el día, hasta en lo más mínimo, como comprar una cajita de fósforos. Llegó al extremo que cuando salían a cenar a la calle (sólo dos veces al año), le enseñaba la factura y le pedía que en los próximos días gastara menos en la comida, hasta compensar el gasto que habían hecho… ¡todo para “no desequilibrar” el presupuesto familiar!

Lo cierto es que actualmente las mujeres hablamos más de nuestros problemas conyugales y aunque no quisiéramos llegar a divorciarnos, estamos convencidas que en algunos casos, es una decisión saludable para no dañar emocionalmente a nuestros hijos y a nosotras mismas.

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